El análisis territorial no puede limitarse a datos duros descontextualizados. Leer una comuna implica mucho más que observar tasas de empleo, índices de escolaridad o promedios de ingreso. Comprender un territorio requiere identificar qué indicadores capturan realmente las dinámicas sociales, económicas y culturales que configuran su presente y proyectan su futuro. Esto implica distinguir entre la información disponible y la verdaderamente útil. Los datos tradicionales —como el nivel de pobreza, la deserción escolar o la densidad poblacional— entregan una primera aproximación. Sin embargo, muchas veces estos indicadores resultan insuficientes para entender fenómenos locales más complejos: procesos de cambio demográfico, nuevas formas de organización comunitaria, o tensiones derivadas del desarrollo urbano. La vida en los territorios es más densa que los promedios. Por eso, es fundamental identificar una nueva categoría de indicadores: aquellos que capturan dinámicas emergentes. Por ejemplo, los patrones de movilidad cotidiana, el acceso efectivo a servicios (no solo su existencia), las prácticas de cuidado informal, la distribución de la actividad económica por rubros emergentes, o el uso social del espacio público. Estos indicadores permiten detectar nudos críticos, oportunidades de intervención y tendencias invisibilizadas por las métricas clásicas. A su vez, no todos los datos deben leerse de forma cuantitativa. Las percepciones, aspiraciones y narrativas locales son claves para interpretar correctamente los números. Un mismo nivel de ingreso puede tener significados distintos en comunas con costos de vida dispares. Una misma cifra de participación electoral puede tener sentidos opuestos según el contexto histórico y político del lugar. Leer una comuna exige integrar el dato con el sentido. También es necesario identificar los vacíos de información. Existen zonas donde no se actualizan indicadores clave desde hace años, o donde la escala de análisis (regional, provincial) diluye las especificidades locales. Esto afecta la capacidad de tomar decisiones pertinentes, especialmente cuando se diseñan políticas públicas o estrategias comerciales que requieren granularidad territorial. En estos casos, el desarrollo de estudios propios o microdatos puede marcar la diferencia. Finalmente, no toda la información que se recopila resulta útil. Abundan los indicadores que, si bien disponibles, no entregan insumos accionables. Saber cuántas personas viven en una comuna es un dato básico. Pero conocer cuántas de ellas tienen problemas de conectividad, cómo se organizan para resolver sus problemas cotidianos, o qué expectativas tienen sobre el desarrollo local, puede ser más valioso para una estrategia de intervención. Leer una comuna no es una tarea neutra. Requiere definir qué se quiere saber, para qué se usará esa información y cómo se integrará a una mirada más amplia del territorio. Supone una combinación de datos cuantitativos y cualitativos, oficiales y propios, estandarizados y contextuales. Solo así es posible transformar los datos en conocimiento y el conocimiento en decisiones pertinentes.